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Meditación Metafísica III

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Cielo con nubes

Comentario a la tercera meditación metafísica de René Descartes.

Hasta ahora todo lo que sabe Descartes con certeza es que es una cosa que piensa, que imagina y que siente. Dice que lo único que le asegura la verdad de esto es la clara y distinta percepción de lo que dice, y establece este criterio como la regla general para distinguir lo verdadero de lo falso: “todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente son absolutamente verdaderas”.

Al hablar aquí de percepción, no debe entenderse la percepción sensible, se trata de una actividad del pensamiento y no de los sentidos: la acción de concebir o captar ideas. Con la claridad se refiere a las ideas que están presentes y manifiestas a un espíritu atento, de manera que su contenido propio está captado sin duda ni confusión alguna. De ahí la importancia que para la claridad tiene la exigencia de la presencia actual en y para la conciencia de la idea en cuestión. Por su parte, la distinción señala a la idea que aparece como separada y recortada de todas las demás no confundiéndose con ninguna otra, de manera que no contenga en sí nada más que lo que es claro. Descartes considera que la distinción es consecutiva a la claridad, aunque no de modo necesario: pueden darse ideas claras que no sean distintas, pero no ideas distintas que no sean claras.

Distingue Descartes sus pensamientos en varios tipos: las imágenes o ideas, las voluntades o afecciones y otros juicios. Dentro de las ideas hay tres grupos: las innatas, las extrañas (que provienen del exterior) y las ficciones (o invenciones de mi espíritu).

Se pregunta Descartes sobre las ideas extrañas: “¿cuáles son las razones que me obligan a creerlas semejantes a estos objetos?”. Refiriéndose a los objetos que representan dichas ideas.

Da dos razones: “me parece que esto ha sido enseñado por la naturaleza” y “experimento en mí mismo que estas ideas no dependen de mi voluntad, porque con frecuencia se me presentan a mi pesar”. Pero ninguna le parece convincente.

Descartes afirma que todo lo que se nos revela mediante la luz natural no se puede poner en duda. Es una facultad de la razón. A la conclusión del yo soy, yo existo se llega por medio de esa luz natural. Se puede decir que la luz natural está relacionada con lo claro y distinto.

Descartes comienza un nuevo camino: si considera las ideas sólo en tanto son modos de pensar, no puede distinguirlas entre ellas, el pensamiento no es divisible. Pero si las considera como imágenes que representan cosas distintas, puede distinguirlas con facilidad. Las que representan sustancias contienen “más realidad objetiva, es decir, participan por representación de más grados de ser o de perfección que las que me representan solamente modalidades o accidentes”.

Distingue Descartes tres grados jerarquizados en tanto realidad objetiva (de mayor a menor): sustancia infinita, sustancia finita y modos de pensamiento. Los modos de pensamiento dependen de sustancias para existir, no existen por sí mismos. Una idea no puede engendrarse de la nada. “Es cosa manifiesta por la luz natural que debe haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente y total como en su efecto”.

Esto no parece ser un problema para la idea de los animales, del resto de los hombres, de las cosas,… todas esas ideas pueden venir de mí mismo o estar formadas por la combinación y mezcla de otras ideas. Pero la idea de Dios no puede venir de mí. Lo más perfecto, “lo que contiene en sí más realidad, no puede ser consecuencia ni dependencia de lo menos perfecto”. Entiende Descartes por Dios “una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, y por la cual, yo mismo y todas las cosas que existen (si es cierto que hay alguna) han sido creadas y producidas”. Es una idea tan grande que no ha podido proceder de mí, un ser finito. De mi experiencia como ser finito no puede derivarse la infinitud. El proceso es el inverso, sólo puedo experimentar la falta. Si esa idea infinita está en mí, es porque una sustancia infinita la ha puesto. Dios debe existir.

Sigue Descartes la estela de la escolástica aplicando el principio de la causalidad, con la originalidad de referir tal principio a la realidad objetiva de la idea de Dios.

Pero Descartes prueba la existencia de Dios de una segunda manera, se pregunta si él “podría existir en caso de que Dios no hubiese”. Analiza tres posibilidades: tendría mi existencia de mí mismo, de mis padres o de algunas otras causas menos perfectas que Dios. Si fuese causa de mí mismo, sería perfecto, sería Dios y no es así “conozco con evidencia que dependo de algún ser que me es diferente”. Si fuese causa de mis padres, seguiría siendo necesaria la existencia de Dios. Si fuese causa de varias causas menos perfectas que Dios, tendría la idea de una perfección porque la habría recibido de una de ellas y la de otra perfección de otra. Ninguna de estas causas serían Dios por no reunir todas las perfecciones, pero justo esta perfección: la unidad, debe haber sido puesta por Dios en mí, así que tampoco es posible esta solución. La existencia de Dios queda así “muy evidentemente demostrada”.

La idea que yo tengo en mi mente de Dios me persuade (me da la certeza, me convence) de que Dios existe fuera de mi mente. Esta idea de Dios, me pone en contacto con su mismo objeto. El existir es algo propio de la esencia del mismo Dios.

Descartes ha tenido que demostrar en esta meditación la existencia de Dios para poder desterrar la hipótesis del genio maligno y así salir de su solipsismo. Ya se puede levantar la duda sobre la posibilidad de que la razón se equivoque y sobre la distinción entre el sueño y la vigilia, pero no totalmente sobre el conocimiento sensible, que sigue siendo sospechoso en la medida que su contenido no es claro y distinto. Ésta es la razón por la que Descartes distingue en la res extensa cualidades primarias y secundarias, y encuadra en las primeras todos aquellos aspectos de los cuerpos que son mensurables, matematizables, mientras que las segundas (las cualidades propiamente sensibles) son puramente subjetivas y carentes de valor cognoscitivo.



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